Mi historia con la fotografía no empezó con un celular ni con una cámara digital. Empezó con una Nikon FM2. Una cámara mecánica, confiable y exigente, que no perdonaba errores y que obligaba a mirar antes de disparar.
En los años 90, mientras recorría ciudades y calles de Estados Unidos, esa FM2 se volvió mi compañera de viaje. Usaba rollos Kodak, y aunque nunca revelé personalmente mis fotos, cada una de ellas implicaba una decisión consciente. Hoy, más de 30 años después, esa misma cámara sigue en mis manos.
Este artículo es una bitácora visual de tres etapas: mis inicios analógicos, una vuelta reciente al carrete, y el presente digital con la Nikon D780.
🔹 Fotografía analógica de los 90: cuando todo era espera
Disparar en película era una lección constante: de luz, de paciencia, de intención. Sin pantalla, sin edición, sin múltiples tomas. Las imágenes que conservo de esa época son parte de mi memoria visual, pero también de una forma de estar en el mundo: observar, esperar, y confiar.
“No sabía si la foto había salido bien, pero sí sabía que la había pensado con todo el cuerpo.”
🔸 Volver a la FM2: reencontrarse con el ritmo original
Hace unos años, retomé la FM2. Quería saber si aún estaba ahí el ojo que aprendió con ella. Las imágenes que logré en Jericó y Medellín tienen grano, dominante de color, y una estética imperfecta… pero tienen alma. Me obligaron a soltar el control digital y volver a confiar en la intuición.
“No era nostalgia: era memoria activa.”
🟢 Digital: control, precisión y riesgo de automatismo
Con mi Nikon D780 tengo el control total: RAW, balance perfecto, exposición medida, posibilidad de editar. Pero también el riesgo de disparar sin pensar.
Por eso, aunque hoy dispare en digital, pienso en analógico: cada encuadre debe tener un porqué. El color es fiel, la nitidez impresionante, pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿vale la pena esta foto?
Salamina
🔁 Lo que une todas las épocas: la mirada
No es el equipo. No es el tipo de sensor. Es la mirada. La fotografía me ha acompañado en viajes, caminatas, recorridos por pueblos y ciudades. Y aunque las herramientas hayan cambiado, lo que permanece es el acto de observar con intención.
“Hoy disparo digital, pero mi corazón sigue midiendo con carrete.”
📚 Nota final
Este artículo hace parte de mi Cuaderno de viajes fotográficos, donde documento no solo lugares, sino la evolución de mi oficio como fotógrafo.
Escrito y fotografiado por Gustavo Garcés Villa – GarcesV.com
Jericó: Rostros, balcones y memorias — En cada pueblo que visito, siempre regreso con una imagen de su iglesia… pero también con gestos, fachadas, colores y conversaciones. Esta serie en Jericó captura fragmentos de cotidianidad: balcones iluminados, rostros curtidos por el tiempo y plazas que aún resguardan el ritmo pausado de la vida andina.
Las palmas de cera se alzan como vigías silenciosos entre las montañas de San Félix, envueltas en una atmósfera de niebla y luz difusa. Esta serie en blanco y negro busca despojar el paisaje de artificios cromáticos para revelar su esencia: la verticalidad sagrada de las palmas, la textura de los cerros, el susurro del viento al amanecer. Cada imagen es una pausa, una contemplación de lo intangible, donde la naturaleza se convierte en memoria y forma.
Entre fachadas que guardan historias, tejados que miran a la montaña y calles llenas de vida, Salamina se revela como un lugar donde el tiempo se detiene y la esencia permanece.En esta serie, recorro sus esquinas, su arquitectura viva y la gente que, con paso firme, le da movimiento a la tradición. Centro y símbolo….
Una mirada íntima a los templos de pueblo como centros de encuentro, arquitectura y fe. Esta serie recorre fachadas, vitrales, atrios y silencios sagrados, revelando el alma espiritual de los pueblos